Una de mis actividades, un tanto extraña, es la de hacer molduras. Las hago para mis restauraciones y para algunos clientes que, a su vez, son también restauradores, pero que encuentran más cómodo encargarme las molduras que ponerse a hacerlas.
En los muebles antiguos, lo más probable es que algunas molduras hayan desaparecido o estén muy deterioradas. Una de las técnicas que se usan es la de reemplazarlas todas. Se va a una casa especializada, se compran varias tiras de molduras, más o menos parecidas a las deterioradas y se procede a reemplazar las que había por las nuevas. Es un método práctico, pero no siempre se puede aplicar.
Muchos años atrás, las molduras se hacían artesanalmente, usando cepillos con forma, de los que muestro algunos en la foto.
Después se usaba una máquina fija llamada tupí, como la que se ve, consistente en una hoja con forma que giraba horizontalmente a gran velocidad. Esa velocidad hace que el carpintero no vea la hoja, sino sólo como va desapareciendo la madera.
Generalmente, los carpinteros nos cortábamos los dedos con esa máquina y no con la sierra, como habitualmente se cree. (Yo, para hacerme el original, me corté dos falanges con la sierra).
En la actualidad, la máquina que se usa para moldurar es una fresadora portátil, con distintas fresas con forma, como se muestra.
Como se ve, cada vez dependemos más de lo que ya viene hecho, en lugar de poder hacer molduras libremente. Nos queda la posibilidad de ir combinando las distintas fresas, para lograr curvas complejas, pero ya no podemos hacer con nuestras propias manos una fresa de una forma determinada, como hacíamos con el tupí.
Cuando se trabaja, la decisión sobre qué hacer la tomó el que hizo el mueble. A nosotros, los restauradores, sólo nos queda elegir el medio más idóneo para poder imitar el trabajo original.
Generalmente se usa un trozo de madera mucho más grande, como para tener una buena base para sostenerla con las manos o sujetarla al banco. Una vez terminada la moldura, se pasa por la sierra y se recorta del trozo mayor.
Normalmente, cuando tengo que imitar una determinada moldura comienzo por hacer una copia del perfil, en madera terciada. Ella me va a servir de guía en las etapas siguientes.
Uso las herramientas que más pueden aproximarse a las formas deseadas, pero hay mucho de trabajo con herramientas manuales y de afinamiento de la forma deseada con papel de lija, siempre teniendo el papel apoyado sobre un taquito de madera, que en muchos casos puede ser cóncavo o convexo, para poder seguir el perfil de la moldura.
La moldura siempre se hace más larga de lo necesario, porque el restaurador tiene que poder trabajar cómodo a la hora de cortar el trozo necesario, porque tengo que poder sostener el trozo de madera con comodidad al pasarlo por las máquinas y porque generalmente en las puntas hay errores que conviene eliminar.
Ahora, ya que han tenido la gentileza y la paciencia de leer hasta aquí, les cuento el chusmerío cholulo de la semana: ¿a qué no adivinan para dónde son las molduritas en escalera de la última foto? Son para restaurar la cama de soltera de Felicitas Guerrero, la mujer más bella de la Argentina (¡Sí, la del libro! ¡Sí, la de la película que se va a estrenar pronto!) En realidad, la cama originariamente era de su padre y lleva sus iniciales.
Si quieren más chusmeríos y tienen ganas de pasear, lléguense hasta la localidad de Domselaar, saliendo de Baires hacia el sur por Pavón y visiten el castillo de la familia. Allí, Josette, una descendiente de aquella familia les dará las explicaciones y tendrán ocasión de ver muchas antigüedades exquisitas.